El trabajo de este fin de semana consistía en leer el relato de "El Inmortal" de Borges. Teníamos que realizar un resumen de la historia hasta que el personaje llega a la Ciudad de los Inmortales, a partir de ahí redactar nuestra propia historia a partir de tres imágenes de "Las Cárceles" de Piranesi.
La intención de este ejercicio era penetrar en el mundo de Piranesi y hacerlo nuestro, imaginándonos el espacio en el que se encuentran esos dibujos.
Me resultó una tarea muy entretenida, aunque al principio me pareció un poco complicado imaginarme ese lugar.
Al igual que al dibujar primero hay que realizar bocetos y a partir de eso ir concretando el dibujo, con el relato ocurre lo mismo, por lo que nos pidieron que escribiéramos más de una historia.
1º Relato
Mis trabajos empezaron en
un jardín de Tebas, donde una noche, a causa de algo que estaba combatiendo en
mi corazón no pude dormir. Me levanté un poco antes del alba cuando vi aparecer
por el oriente a un jinete ensangrentado. Cayó del caballo y con una tenue voz
me preguntó el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. Le respondí
que era el Egipto, mas me contestó que era otro el río por el cuál preguntaba,
un río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Me contó que su patria
era una montaña al otro lado del Ganges, y era fama que si alguien caminara
hasta el occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan
inmortalidad, y en la parte ulterior a éste se encontraba la Ciudad de los
Inmortales.
Antes de la aurora murió,
pero yo determiné encontrar dicha ciudad. Para ello pregunté acerca de la
ciudad a algunos prisioneros mauritanos, quienes confirmaron la historia del
viajero, a filósofos romanos, quienes afirmaron que alargar la vida era alargar
la agonía del hombre. Pero yo me encontraba dispuesto a encontrarla, por lo que
junto a doscientos soldados comencé el camino.
Fue un camino largo y
tedioso. Algunos hombres desertaron, otros quisieron volverse contra mí, mas
escapé junto a los pocos soldados que me eran fieles, pero en el desierto los
perdí.
Yo continué el viaje,
dejando el camino al arbitrio de mi caballo. Caí en un sueño, que se convirtió
en una pesadilla, y al desenredarme por fin me vi tirado y maniatado. Sentí en
el pecho un doloroso latido y me abrasaba la sed, pero pude observar que al pie
de la montaña, en la opuesta margen resplandecía la evidente Ciudad de los
Inmortales.
No sé cuántos días y
noches rodaron sobre mí, y un día, finalmente, con el filo de un pedernal rompí
mis ligaduras y me dirigí a la Ciudad, que estaba fundada sobre una meseta de
piedra.
La fuerza del día hizo
que yo me refugiara en una caverna, y una vez dentro descubrí que el recorrido
descendía por una pequeña grieta.
Sin pensármelo mucho,
bajé por ese sinuoso camino. Cada vez estaba más oscuro, parecía que no tenía
salida. Por un momento pensé que jamás saldría de allí. Pudieron pasar horas,
minutos, días… hasta que pude vislumbrar una luz. Corrí hacía ella, sin saber
que podría encontrarme.
Me dolían los ojos,
puesto que había pasado mucho tiempo en la oscuridad más profunda, guiándome
solo con el tacto de mis manos en la piedra. Cuando finalmente mi vista se
adaptó a la luz, no pude creer lo que veía.
Aquella pequeña grieta me
había llevado a una ciudad subterránea que parecía no tener fin y que estaba
iluminado por una luz tenue y cálida. El paisaje se encontraba enmarcado por
una escalinata, sobre la que se encontraba una especie de puente. Sobre las
escaleras había una especie de lápida de mármol con unas inscripciones, aunque
no pude entenderlas puesto que estaban escritas en una lengua desconocida para
mí.
No era consciente de
cuanto había descendido, hasta que una vez que pase esa especie de entrada pude
ver que infinitas arquerías se elevaban hacía un techo que parecía inexistente,
pues era incapaz de verlo. Estas galerías iban en todas las direcciones, y cada
una de ellas parecía no tener fin.
Algunas estaban
reforzadas por columnas, que en muchas ocasiones estaban decoradas, y otras me
recordaban a aquellos templos de mi querida Roma. Había también puentes que
unían distintas arcadas, y en algunas ocasiones esas uniones parecían
imposibles ante mis ojos.
Miré un momento hacía
atrás y me di cuenta que la entrada no estaba. Ya no podía volver por el mismo
lugar, pues no recordaba los pasillos que había recorrido, y por la dimensión
de ese espacio resultaba imposible intentar volver pasos atrás sin perderme.
Por tanto decidí seguir caminando, quedando maravillado ante aquel lugar.
Todas las zonas parecían
iguales, pero mirando con detenimiento se podían observar las impresionantes
decoraciones pulidas en las bases.
Quedé especialmente
admirado ante la escultura de unos leones que sobresalían de la piedra y que
parecían estar sin terminar. Elevando la mirada me di cuenta que sobre mí se hallaban
una especie de andamios de madera. Me sorprendió encontrar la madera en buen
estado, pues pensaba que esta ciudad había sido construida miles de años atrás
y había quedado sepultada bajo la tierra, quizás por un castigo divino. Ante
esto comencé a pensar que aquel lugar debía estar poblado, y esa civilización
había decidido construir su hogar dentro de la montaña. Pensar que no me
encontraba solo me hizo recobrar la esperanza en poder encontrar la salida.
Entre los arcos percibí
una ladera por la que subían unas escaleras serpenteantes y entre los recodos
se encontraban las casas.
Me dirigí hacia allí y
comencé a subir escalones. Aquellas casas parecían deshabitadas, pero las
fachadas revelaban que habían sido muy trabajadas, pues al pasar la mano sobre
la piedra esta se notaba pulida y tenía unos detalles y figuras muy elaborados.
Pensé que nunca lograría
llegar al final y cuando me encontraba cerca de desertar, logré llegar al
final, mas mi sorpresa fue encontrarme en una especie de plaza, sobre la que se
volvían a elevar grandes hileras de arcos, pero esta vez estaban enmarcados con
cúpulas pintadas como verdaderas obras de arte.
Continué caminando hasta
que vi que encima de uno de los arcos había una humareda que parecía provenir
de un fuego, rápidamente corrí hacía allí esperando encontrar gente. Subí
escaleras que parecían llevar a aquel lugar, pero siempre acababan haciendo
algún giro que no había percibido y que me llevaban a otro lugar. Crucé
numerosos puentes, algunos parecían desembocar en una de las columnas que
sostenían las cúpulas, pero de repente descendían mediante una escalera que te
llevaba a otra zona a la que no pensabas que podrías alcanzar. Los caminos
parecían imposibles, había ventanas que desprendían luz encajadas en muros y columnas,
más no había una puerta por la que se pudiera pasar.
Cuando me creí cerca del
lugar donde se encontraba el fuego, volví a encontrarme con una sorpresa en el
camino volviendo a bajar hasta una plaza que se abría en abanico a numerosos
pasillos.
Caminé por el del centro,
sin saber a dónde me llevaría. Vague por interminables pasadizos y galerías,
pasarelas, atravesé portones y plataformas, subí y bajé inumerables
escalinatas. Todo ello sin encontrar salida.
Había perdido la noción
del tiempo y la esperanza. Aquel lugar era imposible de abandonar, y a pesar de
que no había nadie que pudiera mantener en perfecto estado aquel enorme lugar,
parecía que los materiales no se estropeaban, la madera no envejecía, ni
siquiera había telarañas o murciélagos, que normalmente utilizan las cuevas
como refugio.
Era como si nada
cambiara, todo se había quedado paralizado. Era, en definitiva, la Ciudad de
los Inmortales.
2º Relato
Mis trabajos empezaron en
un jardín de Tebas, donde una noche, a causa de algo que estaba combatiendo en
mi corazón no pude dormir. Me levanté un poco antes del alba cuando vi aparecer
por el oriente a un jinete ensangrentado. Cayó del caballo y con una tenue voz
me preguntó el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. Le respondí
que era el Egipto, mas me contestó que era otro el río por el cuál preguntaba,
un río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Me contó que su patria
era una montaña al otro lado del Ganges, y era fama que si alguien caminara
hasta el occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan
inmortalidad, y en la parte ulterior a éste se encontraba la Ciudad de los
Inmortales.
Antes de la aurora murió,
pero yo determiné encontrar dicha ciudad. Para ello pregunté acerca de la
ciudad a algunos prisioneros mauritanos, quienes confirmaron la historia del
viajero, a filósofos romanos, quienes afirmaron que alargar la vida era alargar
la agonía del hombre. Pero yo me encontraba dispuesto a encontrarla, por lo que
junto a doscientos soldados comencé el camino.
Fue un camino largo y
tedioso. Algunos hombres desertaron, otros quisieron volverse contra mí, mas
escapé junto a los pocos soldados que me eran fieles, pero en el desierto los
perdí.
Yo continué el viaje,
dejando el camino al arbitrio de mi caballo. Caí en un sueño, que se convirtió
en una pesadilla, y al desenredarme por fin me vi tirado y maniatado. Sentí en
el pecho un doloroso latido y me abrasaba la sed, pero pude observar que al pie
de la montaña, en la opuesta margen resplandecía la evidente Ciudad de los
Inmortales.
No sé cuántos días y
noches rodaron sobre mí, y un día, finalmente, con el filo de un pedernal rompí
mis ligaduras y me dirigí a la Ciudad, que estaba fundada sobre una meseta de
piedra.
La fuerza del día hizo
que yo me refugiara en una caverna. Pero cuál fue mi sorpresa cuando al pasar
al interior vislumbré un espacio mucho más grandioso del que jamás me habría
podido imaginar.
El lugar estaba compuesto
por unos grandes arcos que parecían a su vez puentes, que llevaban de un
extremo a otro. Encima de los arcos además se encontraba una especie de
cuadrado sobre el que se elevaban unas torres en cada columna y del centro del
mismo partían otros arcos. Esta estructura se repetía en cada uno de ellos. Al
mirar hacia arriba parecía no tener fin y se veían los distintos arcos
entrelazados que combinado con la luz daban sombras que creaban reflejos y
formas impresionantes. Era como si esas formas estaban colocadas sin ningún
orden ni sentido, y que era mera casualidad que crearan esas visiones y efectos
sobre el espectador. Pero mirando con detenimiento pude comprender que no era
así. Los distintos arcos, puentes y columnas estaban dispuestos siguiendo una
trama, como si alguien se hubiera dedicado horas pensando en la colocación
perfecta para producir esas sensaciones al verlo.
Continué caminando hasta
que llegue a una escalera custodiada por dos esculturas cuidadosamente
esculpidas a los lados. Desde la parte inferior de la escalera contemplé un
panorama distinto al anterior pero que parecía seguir una misma estrategia de
disposición. Esta vez el espacio estaba poblado por columnas unidas por
puentes. En ocasiones las uniones parecían inverosímiles, creando efectos
ópticos realmente maravillosos, y da la sensación de que es imposible andar por
ellos.
Los efectos de las luces
y las sombras también parecían adquirir gran importancia en el paisaje. Era
como si un pintor o un escultor se hubiera pasado horas o incluso días
trabajando en este complejo entramado para conseguir una combinación de luces,
sombras, y objetos que parecían no tener fin.
A pesar de que podría
haberme quedado allí para siempre, proseguí con mi camino subiendo por aquellas
escaleras y caminando a través de ese bosque de pilares.
Me paré en frente de una
especie de lápida que se encontraba sobre unas escaleras y que tenía diversos
signos que fui incapaz de reconocer, pero debían indicar el comienzo de una
nueva estancia, pues al bajar las escaleras se abría ante mí una enorme cueva y
cuyas paredes se sostenían gracias a tablones de madera colocados
estratégicamente. En nada se parecía a lo que había visto antes. Frente al
juego de luces y efectos, éste solo parecía albergar oscuridad.
Me planteé la opción de
volver sobre mis pasos, pero había olvidado el camino y sería incapaz de
volver, así que con determinación decidí seguir adelante.
Este lugar era mucho más
siniestro. A medida que se avanzaba los tablones dejaban de estar trabajados y
parecía como si se hubiera puesto directamente el tronco del árbol. Las paredes
estaban llenas de huecos e imperfecciones, el suelo se encontraba desnivelado.
No podía evitar pensar
con nostalgia los grandiosos espacios que había recorrido apenas unas horas.
Frente a la perfección, y buena disposición era como si este lugar no estuviera
trabajado.
En ocasiones se podían
ver incisiones en las paredes como si alguien hubiera estado trazando figuras o
formas, e incluso a veces sobresalían volúmenes que parecían esculturas sin
terminar, pudiéndose comparar con un bosquejo, como el planteamiento previo que
hace el escultor a la hora de hacer una obra.
De repente noté que algo
tiraba de mí y cuando abrí los ojos me encontré en aquél jardín de Tebas que
creí haber dejado atrás. Entonces comprendí que todo lo que había visto en
aquel maravilloso lugar había sido obra de mi imaginación.
Sin demora alcancé un
palo y me dispuse a pintar en la arena. Al principio mis dibujos parecían
aquella cueva oscura donde nada parecía tener forma, pero poco a poco fueron
cobrando sentido, siguiendo una trama y un orden. Nadie parecía comprender que
hacía, pero en mi cabeza todo tenía sentido. Con apenas cuatro líneas era capaz
de vislumbrar infinitas opciones de lugares y espacios tan increíbles y
grandiosos como los que había soñado.
Fue entonces cuando creé
la Ciudad de los Inmortales.